viernes, 2 de noviembre de 2012

De cómo Andrew sorprendió a una familia latina incrédula

Banyan Tree, The Hammocks. Kendall, Miami. Agosto 1992.
Banyan Tree, The Hammocks. Kendall, Miami. Agosto 2012.
 (La versión original de este texto fue publicada en BBC Mundo. Aquí va de nuevo, a propósito de Sandy y del fin de la temporada de huracanes en Florida)

Llegué por primera vez a Miami el 23 de agosto de 1992. Detrás de mí, venía Andrew, el huracán de categoría cinco y vientos de 280 km/h, que dejó 26 muertos y arrasó con las casas de 250.000 habitantes del sur de Florida. Dos décadas más tarde, este ciclón aún es recordado como uno de los más devastadores de la historia de Estados Unidos.

Mi padre y otros familiares, todos venezolanos, habían cambiado un suburbio por otro. Se habían mudado de Caracas a Kendall, un barrio ubicado al sur del condado Miami-Dade. Yo venía de vacaciones, a visitarlos.

Del aeropuerto, fuimos directo a un supermercado, al que entré -como cualquier niña de 10 años de edad- buscando golosinas, cereales y todo aquello que no había visto antes. Encontré nervios, gritos y tropezones: gente que corría para apoderarse de la última vela, la última batería, la última lata de atún.

Cuando preguntaba qué pasaba, siempre me respondían de la misma forma:

-"Viene un huracán".

-"¿Y qué es eso?".

-"Vientos y lluvias. Pero, tranquila, no va a pasar nada".

Repetimos tanto esa frase, que terminamos creyéndola. Por eso, mientras nuestros vecinos estadounidenses se encargaban de proteger sus ventanas sellándolas con paneles de madera, nosotros nos concentrábamos en poner cinta adhesiva en forma de cruz sobre cada vidrio. Los adultos de mi familia los tildaban de "gringos exagerados", pensaban que no era para tanto.

Veníamos de un país en el que no ocurren este tipo de fenómenos naturales. Ninguno tenía idea de la gravedad de la que hablaba el meteorólogo John Morales en las pantallas del canal de televisión Univisión, mientras mostraba el perfecto círculo rojo -con un huequito en el centro- que daba vueltas y se acercaba a la costa del estado. Hablaban de una "categoría 4", del "ojo del huracán", de los "fuertes vientos". Supuestamente era español, nosotros lo oíamos en chino.

La acción

Andrew llegó durante la madrugada del 25 de agosto de 1992. Lo primero que hizo fue explotar el enorme vidrio de la ventana de la cocina. El estruendo hizo que abriera los ojos y me levantara de un tirón del colchón inflable en el que estaba durmiendo.

Al ver el agujero por donde cíclicamente entraba el viento -mezclado con vidrios, tejas, cabillas, trozos de metal y todo lo que el huracán llevaba consigo- algún miembro de mi familia gritó: "Busquemos un colchón". La lógica inmediata les decía que si el viento lograba entrar a la casa, el techo no iba a resistirlo. Nosotros tampoco.

Terminamos buscando dos colchones: uno para proteger el orificio de la cocina -con el que batallaban mi tío, mi papá y su esposa- y otro para impedir el paso de aquellos objetos que comenzaron a caer sobre la cabeza de mi primo de casi 2 años, la de mi tía y la mía. Tejas, tejas, más tejas.

Al pie de esta escalera, con el colchón en la cabeza, transcurrieron las horas.

Recuerdo la oscuridad, los rezos desesperados de mi familia, el sonido del viento y de un radio de baterías, el árbol que veía desde la ventana. Recuerdo la incertidumbre, el no saber cuándo todo iba a terminar.

¿Y después?
Pasaron cuatro horas. Con el sol vino la calma y, a la vez, la confusión. Los "gringos exagerados" aún tenían casas; a nosotros solo nos quedaban las sobras de una vivienda que alguna vez fue y ya no era.

Amaneció sin agua, sin teléfono, sin luz. Hicimos fila en el mercado de enfrente para recibir la comida congelada que estaban regalando. El logo en forma de M, del McDonald's de la esquina, se había transformado en una W. Árboles enormes habían desaparecido.

A menos de una cuadra de la casa, había una escuela de concreto. Un refugio construido para que las personas se resguardaran y protegieran sus vidas. Por irresponsabilidad, incredulidad, ignorancia, o lo que sea, preferimos quedarnos en la casa.

No se suponía que pasara nada.

El tío Miguel posa, tras descubrir cómo quedó el patio.
Mi papá, 20 años atrás.

viernes, 7 de septiembre de 2012

Hace 30 años...


...en esta ciudad se estaban matando los narcotraficantes. En un principio Mayami fue el territorio ideal para la entrada y distribución de droga en Estados Unidos, pero pronto se convirtió en un cruel escenario de batalla. Por un lado los colombianos, socios del Cartel de Medellín y pioneros en el negocio. Por el otro, los "marielitos" cubanos, aquellos que salieron de la isla por el Puerto de Mariel en 1980.

Antes de ese éxodo masivo, Fidel Castro le advirtió a EE.UU. que la mayoría de los disidentes que llegarían a las costas de Florida eran "indeseables". Se trataba -según él- de "criminales, indigentes, mafiosos, inválidos... y todos aquellos que fuesen considerados un peligro para la sociedad", o al menos eso es lo que dicen los periódicos de la época. Incluso hay una cita que no pude conseguir en español, atribuida a Castro: "I am flushing out the toilets of Cuba onto America".

El caso es que el dinero que produjo el narcotráfico levantó gran parte de la ciudad que existe hoy. Todo entre 1979 y 1986, aproximadamente. Al principio: dinero, carros de lujo, inversiones inmobiliarias. Luego, un famoso tiroteo en una licorería del Dadeland Mall, asesinatos masivos en los suburbios, cuerpos abandonados a orillas del Turnpike.

En este documental llamado "Cocaine Cowboys" cuentan la historia que posteriormente fue recreada por películas como "Scarface" o series como "Miami Vice". De sus protagonistas, Mickey Munday -quien estuvo preso desde 1992 hasta 1999- es el único que queda vivo. A Jon Roberts lo mató el cáncer hace unos meses, mi amigo Fernando Peinado lo entrevistó, y a Griselda Blanco -la "reina de la cocaína"- le dispararon saliendo de una carnicería de Medellín la semana pasada.

Les dejo el trailer.


miércoles, 29 de agosto de 2012

El guardián entre el centeno


Siempre me causó curiosidad saber por qué Salinger había usado ese título.
Esto es lo que contesta el protagonista, Holden Caulfield, cuando su hermanita Phoebe le pregunta qué le gustaría ser cuando sea grande...

"Anyway, I keep picturing all these little kids playing some game in this big field of rye and all. Thousands of little kids, and nobody's around –nobody big, I mean– except me. And I'm standing on the edge of some crazy cliff. What I have to do, I have to catch everybody if they start to go over the cliff –I mean if they're running and they don't look where they're going I have to come out from somewhere and catch them. That's all I'd do all day. I'd just be the catcher in the rye and all. I know it's crazy, but that's the only thing I'd really like to be. I know it's crazy."

Ayer lo terminé de leer. Estoy de duelo todavía.

lunes, 4 de junio de 2012

Otro más

Sigo capturando a los viejitos trabajadores que abundan en Mayami. 

(A propósito de los post anteriores: Hasta el infinito y más allá y Mucho gusto).


Mayameros: si ven a alguno por ahí, aprieten clic y envíen, por favor.

Sobre zombies, caníbales y sales de baño

Era sábado en la tarde cuando me enteré de la noticia: la policía de Miami acababa de matar a tiros a un hombre (Rudy Eugene) que estaba desnudo en el puente del MacArthur Causeway -que conecta a Miami Beach con la ciudad- y no paraba de morderle la cara a otro hombre (Ronald Poppo) a pesar de las voces de alto. Eugene habría tomado "sales de baño", mientras que Poppo era solo un indigente que pasaba por ahí.
El hecho ha desatado -como era de esperar- escándalo, especulaciones y chistes. Sin embargo, lo que está detrás, la realidad de mucha gente en esta ciudad, es absolutamente devastador.

"It is easier to blame it on bath salts and zombie apocalypses, until you realize that if you are trying to "get your life right" or "battle devils," Miami has become a hard city to do that in".

Lean aquí

miércoles, 4 de abril de 2012

Mayami mío, tuyo...


Cortometraje de Carlos Oteyza, 1981.


lunes, 16 de enero de 2012

Cenicientas de hoy

Cuando se esconde el sol en esta ciudad, a ellas les gusta ponerse el uniforme: minifalda, cabello planchado, boca roja y tacones (siempre gigantes tacones). A la medianoche pierden el encanto... y las dos zapatillas.
Esto fue en Bongo's, el local de Gloria y Emilio Estefan, a las 12:10 am de un sábado "de Sembrino".