jueves, 2 de junio de 2011

Hasta el infinito y más allá

Un día, hace meses, viajaba con un par de amigas en el Metromover que va de Brickell al Downtown. En medio de nuestra conversa, divisamos a un señor muy mayor, que viajaba con bastón y sombrero. En el bolsillo de su desgastada guayabera llevaba una identificación: un cartelito de bordes rojos con el logo de Walmart, en el que podía leerse “José, hablo español”.
Resulta que el señor cubano no sabía dónde estaba. Resulta que se había equivocado de estación y que no tenía idea de cuál tren debía tomar para llegar a su casa. Resulta que ese viejito de aproximadamente 70 años, en lugar de estar en su sofá leyendo el periódico y disfrutando de una vida sosegada y tranquila, estaba TRABAJANDO.
Los veo por todas partes. En la oficina, el señor que limpia por las tardes apenas puede agacharse para recoger las bolsas de basura de cada una de las papeleras; camina encorvado, agotado. En el Subway cercano hay una doñita de pelo blanco que hornea los panes por la noche. En la farmacia CVS una señora sesentona -que tiene ojeras y se pinta la boca de rojo- hace el turno de 11:00 pm a 7:00 am.
Trabajan para pagar medicinas y deudas. Trabajan para vivir “bien”. Trabajan porque llegaron tarde a un país que no es el de ellos.

  
A este hombre lo veo cada vez que paso frente a una barbería de Kendall
Siempre con la misma cara de tristeza. 
En medio del calor, con su disfraz y su humillación.
(Hagan click en la foto para que lo vean mejor)

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